El evanescente manuscrito del Dr. Alegret
Por Ricardo García Moya
Las Provincias 27 de Septiembre de 1998
No estaba. Rebuscamos una y otra vez entre las fichas de los manuscritos y no aparecia. ¡Vaya fastidio!
También era casualidad que estuvieran en su sitio las de los años 1792 y 1794, donde el doctor Antonio
Alegret ensalzaba la lengua catalana; pero se había esfumado toda referencia al "Discurso sobre la
pronunciación del valenciano" que el académico escribiera en 1793. Era una tórrida mañana del pasado
mes de julio, y en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona (mimada económicamente por la
Generalitat, Ministerio de Educacibn, Diputació de Barcelona, Ajuntament de Barcelona, Fundación
Ramón Areces, etc.), a pesar de la perfecta instalación de la biblioteca del restaurado y lujoso palacio, no
localizamos la obra.
Tras perder media mañana, el secretario dudaba sobre la existencia del ensayo. Pero
yo tenía la certeza de que los manuscritos se hallaban en el lugar que le indicaba.
Poco a poco comencé a sospechar que el método habitual en el Reino de Valencia (donde lo que
difiere del dogma catalanero se esfuma en las bibliotecas públicas) se había extendido al Condado.
Además, si había sido substraído debía constar a partir de qué fecha notaron la ausencia; pero allí nadie
sabía nada. AI sugerir que convendría dar a conocer el hurto del manuscrito a la policía, me aconsejaron
que esperara el regreso de vacaciones de las tres bibliotecarias. (¡Tres: Mercè Colomer, Carme Miquel y
Carme Illal ¿Cuántas han asignado a nuestra Real Academia?) Ya en Alicante, tras unas Ilamadas
teletónicas, las bibliotecarias me comunicaron que había aparecido "ese manuscrito sobre algo del
valenciano".
Los documentos comienzan con una carta de fray Anselmo Dempere, archivero de
EI Puig, dirigida "a esa Academia de sabios" con esta duda: "Como hoy en
valenciano no hay voz que empiece con una I (...) la dificultad es: si así como
escribía liò y lorenz se pronuncia liò y lorenz, y no Ilió y Ilorenz." La epístola sembró el
desconcierto por su aparente infantilismo, pero la alusión del monje al origen de la lengua lemosina, que
la Academia "resolvió diverso de mi dictamen", despertó el pánico. EI embolado se lo pasaron al más
experto polemista que tenía la Academia, el historiador y filólogo doctor Antonio Alegret, gato escaldado
en guerras de lenguas.
La carta de 26 líneas semejaba un enrevesado teorema de Fermat, o un enigma de
los que planteabala esfinge antes de devorar a los que no lo resolvían. Tras 9 meses
de gestación, los sabios barceloneses aprobaban la respuesta de Alegret a la duda de
Dempere. No obstante, como se desprende del informe interno, nunca supieron los
académicos si el fraile valenciano era un irónico o un diletante despistado. Así,
Alegret confiesa que "me sentí conmovido contra la carta, sin poder mirar a sangre
fría su estilo enfático y no muy desemejante al irónico (...) pues debajo del incienso
de la alabanza, arde el fuego de la sátira". Otro académico, don Mariano Sans, repetía
"que la sospecha de una sátira que podría ocultarse a la sombra de un elogio", y apuntaba que habría que
pagar con "algunas carcajadas semejantes insulseces".
Pero las "insulseces de fray Anselmo Dempere Valenciano" no provocaron
hilaridad, sino inquietud. Una muestra de la ironla malvada del archivero de EI Puig es el inocente
ejemplo de la voz "lió" que escribe con minúscula a sabiendas de su condición de linaje. Dempere no era
un archivero que flotara en la inopia. Autor de obras históricas y de un Diccionario de la lengua
valenciana (desaparecido en combate) conocía el mundo cultural e idiomático del vecino, por haber
residido algunos añosen Cataluña. AI fraile valenciano le importaba un comino la palatalización de liò en
Iliò, aunque sardónicamente les dice que la respuesta "servirá de bien público, y de otras urgencias". EI
archivero deseaba tener un escrito donde quedara en entredicho la sabiduría de la barcelonesa Academia
de Buenas Letras (castellanas, por cierto, pues allí todo está escrito en el idioma de Cervantes) . La carta
del valenciano y la réplica catalana era un rifirrafe más de la soterrada guerra de las lenguas hispánicas,
activa durante todo el Siglo de las Luces.
Dempere seleccionó la voz liò para poner en un aprìeto a la máxima autoridad de la
Academia, el marqués de Liò; pues, si la I inicial era emblema del casteIlanismo
lingüïstico, ¿qué título tan poco catalán era el de Liò? EI marqués ocupaba en 1792
el cargo de vicepresidente de la Academia, y no le interesaba para nada airear la
genealogía, etimología y magro pedigrí de un título (¿Lyon, lion?) donado poco
antes por el rey de Francia. Para que calibren la malignidad satírica de fray Anselmo les diré
que todavía hoy, en 1998, los del Institut d'Estudis Catalans dan vueltas al lío del Liò. Por ejemplo, en la
Gran Enciclopedia Catalana escriben "marqués de Llo", ¿qué es eso de Llo?, y en otra entrada le titulan
"marqués de Llió". Han pasado dos siglos y los sabios barceloneses no consiguen responder a fray
Anselmo.
Los efectos del enigma-teorema de Dernpere fueron negativos para la Academia. En
el XVIII, todos los nobles pasaban el algodón sobre cada letra del título que
ostentaban, todos menos el apesadumbrado marqués de Liò. En junio de 1793, el
doctor Alegret contestaba al valenciano disculpando la tardanza en la respuesta, ya
que "al vicepresidente de esta Academia (el marqués del Liò, Lleó, Llo, Llìó...) le
sobrevivieron graves síntomas de que falleció". No es de extrañar. Tenía 61 años, a sus colegas
franceses de sangre azul les rebanaba el pescuezo el ciudadano Guillotin; y para mayor inri, el archivero
de EI Puig le acosaba con el enredo de la palatalización del título. Por cierto, la burlona agudeza de fray
Anselrno nos ha enmarañado con sus paradójicos laberintos para sabios barceloneses, olvidándonos del
manuscrito "Sobre la pronunciación del valenciano". Y conste que es interesante.