La lengua valenciana en el Far West
Por Ricardo García Moya
Nuestra historia hay que situarla en el inhóspito triángulo definido por
Chihuahua, el río Colorado y las llanuras de Sonora; con un protagonista que recuerda a
los personajes secundarios de los westerns de Ford o Mann, lastrados por debilidades
humanas y ennoblecidos con valor temerario. Así era José Marqués, franciscano de
Alcudia de Carlet que recorrió el territorio apache de California hablando su idioma
valenciano.
Parte de su vida la conocemos por el manuscrito mexicano de Garrigós (Bib.
Nac. Ms. 5695, Xalisco 1782). En él leemos anécdotas como la del soldado
valenciano Cavanilles, deseoso de enfrentarse a los indios, pese a que el de Alcudia
de Carlet le recomendaba prudencia. Fue inútil, pues entrando a batallar con los
apaches, salió con una pierna quebrada de un balazo, y hoy día anda con una pata de
palo" (f. 132). Marqués buscaba la perfección, y a tal fin elaboró normas ascéticas, como
"no tomar chocolate ni mirar el rostro de mujer alguna, ni tocar su ropa" (f. 127).
Puede que lo consiguiera, pero su estómago, ¡ay!, castigado por potajes mexicanos no
admitía comida, y "sólo la leche de mujer se le acomodaba, por lo que tenía una india
destinada para este fin, que lo sustentó con mucha caridad" (f. 66). Para mayor
infortunio, tras su muerte "se halló en su celda media arroba de chocolate" (f. 123).
En territorio apache era acompañado por soldados y un franciscano que podría
ser Garrigós, autor del manuscrito. Este anotaba cuidadosamente lo visto y oído,
incluidas frases en lengua valenciana como: "Pepe, donam el chic" (f. 58), y su
correspondiente traducción al español: "Joseph, dame el chico" (id.). La ortografía del
manuscrito del Far West era similar a la usada en el Reino en la misma época, distinta al
castellano y catalán. Por ejemplo, si Garrigós escribía en 1782: "esta fadrina yo la vullc"
(f. 58); a miles de kilómetros -en Albaida- el dominico Luis Galiana también usaba la
misma forma verbal del presente de indicativo y pronombre: "No vullc yo" (Rondalla,
1768).
El manuscrito destila valencianía, aunque el autor no pretendiera en absoluto
enaltecer a los valencianos destinados en California; simplemente anotaba lo
observado y no dudaba, por ejemplo, en llamar "miserable" a su compatriota
Cavanilles por jactarse de matar apaches "como pájaros". La carencia de chauvinismo
de Garrigós incrementa el valor documental de las frases en lengua valenciana
incrustadas en el texto castellano.
Es un hecho que nuestros compatriotas destacados en los confines del Imperio
usaban la lengua valenciana, y sabían escribirla. Por ejemplo, en un texto de
1608 -coetáneo de Cervantes- leemos que fray Luis Bertrán "escribió una carta
que se pone aquí, traducida del valenciano en lengua castellana" (Roca, B.:
Hist., Valencia 1608, p. 8). El autor de la carta era el actual Patrón de
Colombia, el dominico Luis Bertrán, evangelizador de las riberas del caudaloso
Magdalena, en tiempos de Felipe II. El mismo Bertrán, en el sermón del día de San
Vicente del año 1578, recordaba que éste "predicaba en valenciano" (Ser. de S. Luis.
Valencia 1690, p. 201), de igual modo que intercalaba alusiones a los ignotos territorios
americanos: "del río Ocanca en la India cuando se junta con el Río Grande de la
Magdalena" (p. 183).
El manuscrito de Garrigós testifica que la lengua valenciana fue una de las

usadas por los colonizadores del Oeste americano.
Analizando el texto de 1782 comprobamos que era un idioma de comunicación. En
uno de los párrafos leemos que el de Alcudia de Carlet se dirige al hermano
enfermero pidiéndole agua con azúcar; y lo hace como si estuviera en Muchamel o
Alboraya: "Chic, porta sucre esponchat" (f. 78). La apelación con el espontáneo y
genérico "chic" dirigida al fraile enfermero, sin recurrir al nombre propio, indica lo que
está documentado en Luis Bertrán durante su estancia en la selva colombiana: hablaban
en valenciano a otros españoles e indígenas.
No sé qué efecto causará en ustedes, pero para mí nunca será igual el Far West
tras leer el manuscrito de Garrigós. Cuando cierro los ojos no veo a los indios y
vaqueros de Peckinpah. En su lugar, cuatro siluetas se recortan sobre el anochecer rojo
sandía del desierto de Sonora; entre nopales y piteras arrastran su humanidad dos
frailes acompañados de un soldado con pata de palo, espada y arcabuz; todos hablan
grandes voces la lengua del Reino. Tras ellos, una india mezcalera de generosas ubres
acarrea provisiones, incluido el chocolate.
Las cenizas del soldado Cavanilles vuelan entre coyotes mientras que las del
atormentado Marqués y el cronista Garrigós quedaron en un convento franciscano
de la lejana América. Quién les iba a decir que dos siglos después, el
idioma que ellos no olvidaron ni en territorio apache hoy estaría prohibido en el Reino.
De orgullosos colonizadores hemos pasado a ser pasmarotes colonizados, ante la
pasividad y colaboración de quienes ustedes saben.
Las Provincias 14 de Septiembre de
1999